La serie sobre vampiros que campó en solitario, en esta temática, a finales de los noventa, surgió a partir de una película, logro cautivar a numerosos teleadictos, después de su primera temporada.
La serie prometia cuando Buffy y su mentor Rupert Giles (Anthony Steward Head) se enfrentaban al mal, pero comenzó a flojear pronto, dando síntomas de agotamiento tras la exitosa primera temporada, y los guionistas se vieron obligados a incluir a hombres lobo, brujas lesbianas etc... en la siguiente edición.
Pero hacia la cuarta temporada la serie da un giro interesante: se centra en la crisis existencial, después del instituto, la decepción de la universidad y la realidad de un mundo laboral sembrado de trabajos basura. Esta situación la vive la protagonista Buffy (Sarah Michelle Gellar), que llega incluso a vivir en piloto automático, esta irrupción de la realidad es interesante porque la compartimos todos. Lo curioso de Buffy es que tiene una constante en su vida: su misión de cazadora de vampiros que la saca de esa espiral de rutina mortecina, pero y nosotros ¿qué vocación nos puede sacarnos de tedio existencial?.
Esta situación, va evolucionando y superándose poco a poco, hasta que llega la crisis del héroe, o en este caso la crisis de la heroína, es decir, se pone en discusión su papel de líder, por parte de sus propios amigos que pretenden relegarla a una simple herramienta contra el mal. ¿Cómo se soluciona la situación? muy fácil, Buffy opta por lo más sencillo, demostrar que sin ella los demás no están a la altura de las circunstancias.
El fin de la serie es historia, cabe destacar la originalidad de la ambientación y la luz crepuscular que invade toda la serie, dando un ambiente que define su sello. Dio origen a otra secuela Ángel (David Boreanaz) trata de la vida del primer amor de la cazadora, en la serie.
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